Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor

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El fallecido y santo chileno Padre Alberto Hurtado, SJ una vez preguntó “¿a quienes amar?” Y contesto “a todos mis hermanos de humanidad.  Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la opresión de que son víctimas.  Alegrarme de sus alegrías.” Y después preguntó “¿Qué significa amar? Amar es salvar y expansionar al hombre.”  Algunos dirán que eso hacen precisamente, amar…Pero yo pregunto ¿a todos? ¿Inclusive aquellas personas que me incomodan? El evangelio de San Juan dice lo siguiente:

“Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.  No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos,  y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando.” Jn 15, 12-14

Es el mismo amor de Dios que hace que el corazón del hombre se ensanche.  El Señor Jesús es muy claro en lo que nos pide “que se amen unos a otros como yo los he amado” y ¿Cómo nos ha amado el Señor? Con un amor radical que dio su vida por nosotros en la cruz.

Así tenemos que amar al prójimo, hasta la entrega pero no siempre es así.  Mientras él nos ama con todo el corazón, nosotros muy apenas amamos al prójimo con un pedacito de nuestro ser.  Y a muchos se nos ha olvidado, sufrimos de amnesia espiritual, dejamos enfriar el primer amor como se narra en el libro del apocalipsis y esta amnesia está muy pero muy abrazada de una fuerte dosis de indiferencia.  ¡Ya no nos preocupamos por los demás! ¡Ya no hay responsabilidad fraterna! Se nos ha olvidado como llorar por el marginado, por el oprimido! La cultura en que vivimos nos ha hecho insensibles a los gritos de los demás que nos hace vivir en pompas de jabón.  Cargamos pereza espiritual debido a la indiferencia, o lo ocupado que estoy con mi vida, o al conformismo que algunos no les gusta que hablemos de Dios.

 “El que no ama está en un estado de muerte. El que odia a su hermano es un asesino, y, como saben, ningún asesino tiene la vida eterna.” (1 Jn 3, 15)

Pero hay que tener el valor de mirarse en un espejo interior, y pedir perdón por lo que se haya hecho mal. Pedir perdón con el compromiso de cambiar (o intentarlo).  Pedir perdón, porque sólo quien se siente reconciliado es capaz de acoger la limitación propia y ajena.  Son tantas las cosas que tenemos que reflexionar, porque es desprenderse de lo que me impide acercarme a Dios.  ¿Cómo voy a vivir ese mandamiento nuevo cuando alguien me hace una mala jugada?  ¿Cuando alguien me da una puñalada por la espalda pensando que éramos amigos? ¿Cómo voy a vivir ese mandamiento nuevo si vivimos peleados como perros y gatos? pero el Señor Jesús me desafía, me incómoda, no me deja en paz, él es claro conmigo, simple y sencillo, me dice que  “no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos”. Dios espera que cada uno de nuestros actos sea hecho por amor.

 

Adrian Alberto Herrera es actualmente Director Asociado para la Oficina de Evangelización y Catequesis en la Arquidiócesis de Galveston-Houston.

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